Julie Wark ha escrito un manifiesto para la justicia. Titulado simplemente Manifiesto de derechos humanos, su libro examina la Declaración de los derechos humanos de las Naciones Unidas y la compara con la situación actual: Queda claro con ello que hemos fracasado como especie. Si bien hay muchas culpas a repartir, desde los activistas que han abandonado la batalla hasta aquellos que se han convencido a sí mismos de que los actuales sistemas políticos y económicos pueden remediar las violaciones diarias de los derechos humanos, el grueso de la culpa recae en los grandes violadores de estos derechos. Es decir, los gobiernos, sus militares y agentes políticos y sus cohortes. Sin embargo, se mida como se mida, relata la señora Wark, en última instancia el violador es la economía capitalista en su forma actual: el neoliberalismo.
Este libro destruye el mito de que el capitalismo neoliberal es una fuerza positiva para la humanidad. Lo hace simplemente estableciendo los hechos. De sus páginas surge un ejemplo tras otro de las crueldades y privaciones desatadas en nombre de la libertad empresarial y financiera. Miles de niños muriendo de hambre cada día; bosques, ríos y montañas devastados, esquilmados y destruidos por las máquinas arando bajo el futuro de nuestro planeta; declaraciones de guerra y destrucción de resistencias para garantizar la expansión continua del sistema capitalista que emana de los capitales financieros mundiales. Desde la perversión de las economías agrícolas locales y nacionales vía la manipulación corporativa de la producción a través de la mercantilización de los alimentos y los OGMs artificiales, hasta la apropiación de los fertilizantes y los alimentos vía sanciones, el derecho fundamental de la humanidad a no morir de hambre es denegado. A pesar de los estragos descritos en Manifiesto de derechos humanos, la autora mantiene una esperanza optimista titilando en su letanía de desesperación. Este titileo emana de esta largamente olvidada e ignorada declaración.
Hace ya algún tiempo que está claro para muchos que las intervenciones humanitarias suelen ser completamente otra cosa. ¿Cómo, si no, podría explicarse el aumento de muertes que se da con frecuencia después de la llegada, con sus armas automáticas, sus aviones de guerra y helicópteros de ataque, de las tropas supuestamente humanitarias? ¿De que otra forma puede explicarse el hecho de que cuando la fase militar con la que empiezan dichas intervenciones se termina, las tropas extranjeras permanecen, imponiendo la voluntad de sus comanditarios políticos y empresariales desde su casa? ¿De qué otra forma se explica que en tantas de estas intervenciones la mayoría de los civiles que residen en dichos países todavía sienten sus vidas en peligro? La naturaleza de estas intervenciones y sus resultados no-humanitarios ha llevado a muchos a mofarse cuando las palabras “derechos humanos” aparecen como motivación. Este escepticismo le va muy bien a la dinámica de los invasores ya que deja a sus juegos de poder militar sin ningún desafío realmente significativo.
El libro de la señora Wark reclama los derechos humanos para aquellos a quienes originalmente se dirigían. Es decir, para toda la humanidad, especialmente aquellos cuya existencia es considerada innecesaria por los Goldman Sachs de todo el mundo. En vez de definir estos derechos de forma que se considere más importante el derecho de comprar y vender que el de comer, el texto de Wark se inspira en la comprensión de que los derechos humanos solo pueden ser derechos humanos cuando se aplican a toda la humanidad, no solo a aquellos de una cierta nación, de una cierta filosofía política o religiosa, y ciertamente no sólo a aquellos con propiedades y riqueza.
Con un análisis esencialmente anarquista el Manifiesto de derechos humanos no da paso libre a ningún gobierno o sistema económico. Pero es ante todo una aguda condena del capitalismo neoliberal.
Don Wilson es el autor de varias obras de novela negra. Sus novelas tratan de gente que viaja traficando con contrabando, drogas y seres humanos. Las leyes sociales no se aplican casi nunca en el mundo de Winslow. Por el contrario, el triunfador suele ser el individuo más brutal y amoral. Cuando la fuerza de la justicia aparece, normalmente en forma de un policía renegado o de un investigador privado, esta justicia no tiene contemplaciones. Menciono a Winslow porque Wark cita sus novelas en su libro. Las citaciones que elige no son laudatorias. Por el contrario, compara la moralidad de quienes dirigen y se aprovechan de la economía capitalista neoliberal con la de aquellos que operan en la economía mortífera que Mr. Winslow describe tan gráficamente en sus novelas. La diferencia, tal como la utilización de estas citaciones parece dar a entender, es solo una cuestión de escala.
La discusión más interesante de este libro es quizás la que presenta Wark concerniente al lenguaje y su (mala)utilización y manipulación. Arremete contra la mala utilización de palabras como justicia y derechos humanos. No se trata solo de que su significado ha sido manipulado sino de que lo han vaciado de significado. Si las palabras que describen un fenómeno ya no tienen ningún significado absoluto, entonces el fenómeno se convierte en lo que deciden quienes detentan el poder. En este mundo la justicia se convierte en venganza y la guerra en intervención humanitaria.
Cuando en 1948 se firmó la Declaración original de la ONU, ésta combina los derechos económicos y políticos. Cuando las naciones capitalistas más importantes se resistieron a que los dos elementos se mezclaran, la declaración se dividió y las naciones que se oponían no firmaron la parte concerniente a los derechos económicos, que contenía declaraciones detallando los derechos de toda la humanidad a crear sindicatos, ganar un salario justo, tener vivienda, asistencia sanitaria, alimentos y educación. Washington y sus cohortes sabían que incluir estos derechos en una declaración de derechos humanos haría que el mundo que ellos esperaban ayudar a construir – el mundo en el que vivimos actualmente – fuera casi imposible. Al fin y al cabo, sin la mercantilización de los alimentos, la educación, la vivienda y la atención sanitaria ¿como lo haría el nexo financiero-corporativo para controlar el mundo como lo están haciendo?
El libro de Julia Wark es un panfleto revolucionario. Lo único que hace es pedir que los derechos humanos reclamados por los más ricos y poderosos de nuestro mundo se apliquen a todos. Es una vergüenza que una demanda como ésta se haya convertido en una llamada a la revolución. Pero, si es esto lo que se pide, haríamos bien en empezar.
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