Entrevista Con Ainhoa Nadia Douhaibi, Investigadora Del Racismo De Estado

Traducimos del catalán  la siguiente entrevista, publicada por Vicent Almela y Guille Larios en el nº 494 de La Directa. Hablan largo y tendido con Ainhoa Nadia Douhaibi, una de las autoras, junto a Salma Amazian, del libro, recientemente editado por el proyecto autogestionario Cambalache, de Oviedo, «La radicalización del racismo. Islamofobia de estado y prevención antiterrorista», una investigación valiente y radical sobre las raíces históricas, culturales y sociales del racismo antimoro y cómo se reproduce y utiliza desde el Estado en ámbitos como la escuela, la cárcel, los falsimedios o las políticas policiales de «prevención antiterrorista» para construir un enemigo ficticio que justifique maniobras criminalizadoras y mermas de libertad al servicio del régimen totalitario de dominación y explotación imperante y de los intereses de sus beneficiarios. El libro, que describe detalladamente, entre otras situaciones, la del compañero Mohamed Achraf, preso a causa de tales maniobras, que terminó ayer sus diez días de participación en la huelga de hambre rotativa por la excarcelación de lxs presxs enfermxs, se puede pedir a la editorial y descargarlo en pdf siguiendo el enlace del título. Las imágenes de arriba, que son las de su portada, contraportada y solapas informativas, se pueden ampliar picando sobre ellas para ver mejor su contenido.

«LO QUE SE CONSIDERA O NO TERRORISMO ES UNA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA»

Según Ainhoa ​​Nadia Douhaibi, educadora social y centrada en la investigación sobre racismo institucional y de estado, las políticas preventivas contra el radicalismo que se están aplicando hoy en Cataluña y en en el Estado español están construidas a partir de coordenadas raciales, culturales y religiosas, y no existe un «problema de radicalización» en los términos en que se está formulando. Junto con Salma Amazian, que forma parte del espacio de reflexión y militancia descolonial 1492, acaban de publicar el libro «La radicalización del racismo. Islamofobia de Estado y Prevención antiterrorista» (Cambalache, 2019), donde hacen un repaso sobre cómo se ha construido históricamente el racismo antimoro y como han evolucionado las políticas antiterroristas que afectan a las comunidades musulmanas según los intereses económicos y estratégicos de Occidente.

¿Qué estigma se esconde hoy en día en la palabra moro?

Pues depende de quién y en qué contexto la utiliza. Entre nosotros, por ejemplo, a menudo hablamos de moros y moras y no conlleva ningún estigma ni tiene una connotación negativa. Sin embargo, sabemos que esta palabra lleva implícita una gran carga histórica, política, económica, religiosa y cultural que se ha ido forjando desde antes de la expulsión definitiva de las comunidades árabes de los territorios que hoy controla el Estado español. En la época moderna, los agravios que se ocultan tras la palabra moro van en torno a una construcción bárbara sobre el otro, sobre todo en términos de género masculino. Es una construcción asociada a una cuestión machista, a formas de vida no contemporáneas, generalmente violentas… Hoy, a través de la islamofobia de estado y el racismo institucional, se presenta como una idea asociada al terrorismo y a la de potencial terrorista.

¿En esta construcción del estigma, qué relación histórica existente entre España y Marruecos?

En el Estado español, la palabra moro tiene una connotación muy particular por la relación histórica con el Magreb, pero también por lo que pasó en estos territorios antes de que fueran llamados España. La constitución del siglo XIX fue posible por la negación, la muerte y la invisibilización del moro. España es España porque ha conseguido eliminar el rastro y la huella del moro de su identidad y de su construcción nacional y de estado.

¿Por qué algunos moros están bien considerados socialmente y otros no?

Yo diría que en general no hay una buena imagen de los moros. Pero es cierto que últimamente hay una especie de campaña en torno del moro bueno y el moro malo, que yo creo que tiene que ver con qué grado de moderación tiene su expresión religiosa; qué importancia y qué espacio le otorga a la religión en el espacio público, institucional, administrativo… Si reivindica que la religión va con él a todas partes y vive en relación con esto, es más rechazado que el moro moderado, el integrado, el que acepta que debe modificar su práctica religiosa u ocultarse para encajar bien socialmente. Y esto se hace en beneficio del supremacismo occidental, blanco y laico.

¿Cuándo y cómo se empieza a relacionar el moro con el terrorismo yihadista?

Desde la era colonial moderna hasta hoy ha habido muchos conflictos sociales y bélicos, como la guerra de Bosnia o el conflicto Palestina-Israel, que han apuntalado esta construcción del musulmán como el enemigo del estado y como objetivo a vencer y eliminar. Aunque la cuestión del terrorismo tiene un antes y un después con el 11-S, estos relatos de conflicto bélico estatal han construido o reforzado una idea ya existente del moro musulmán como peligro. Pero como un peligro para los intereses del estado nación capitalista; un orden social, económico, cultural y de género blanco, determinado por la idea de la razón y la ciencia como forma de entender la vida, de unos únicos valores legítimos que determinan el orden ético.

¿A qué intereses responde la construcción de este relato?

En su día esto cumplió unos intereses muy concretos, que eran los intereses de la empresa colonial del momento, con la expansión en el Atlántico, que vendría a construir al otro como explotable. No habría sido posible el desarrollo capitalista e industrial ni nada de lo que hoy en día tenemos si no hubiera habido un sujeto al que podíamos racializar y, por tanto, explotar. Y que nos era igual que muriera en el trabajo, porque detrás teníamos a otro que le podía sustituir. El objetivo de esto era la acumulación de la riqueza y la perpetuación del sistema de clases, y es la base por la que hoy tenemos gas, petróleo y un determinado nivel de vida en las sociedades occidentales. Es también gracias a este relato como los estados pueden justificar su presencia y extracción de recursos en lo que ellos llaman Oriente Medio. No se puede entender que los estados defiendan que existen unos peligros asociados al yihadismo salafista mientras mantienen conversaciones con el máximo mandatario de Arabia Saudí, que es el principal propagador de la ideología wahabí en todos los territorios del planeta. Esta es la ideología que, según ellos, sería la base de los procesos de radicalización.

¿Qué papel tienen los medios de comunicación como maquinaria de alimentación de este relato?

Las instancias políticas y del poder siempre han utilizado los medios de comunicación como un mecanismo que les permite construir una agenda política y priorizar riesgos y importancias según sus intereses. Los medios incluyen, por tanto, dentro del aparato del estado. Asimismo, la misma población que no cuestiona o colabora con el aparato también está contribuyendo, legitimando y creyéndose la amenaza del terrorista y entendiendo la seguridad como una cuestión prioritaria en la vida de las personas. Y, por tanto, no terminan cuestionando o colindante de manera contundente determinadas políticas que a ellos no les afectan de forma directa, pero en el resto sí. La sensación de miedo o de pérdida de poder es tan grande que acaban permitiéndolo y legitimándolo.

Según apuntáis en el libro, «no hay un problema de inmigración ni de ‘terrorismo yihadista’, o ‘crisis de refugiadas’, al menos en los términos en que este debate se está planteando». ¿Qué queréis decir con esto?

Que la construcción de los problemas sociales se basa en construcciones políticas que responden a los intereses de las facciones de poder que deciden cuál es un problema prioritario y qué no. La agenda política del estado no aborda de la misma manera el problema de la vivienda, que ha causado más muertes, desamparo, precariedad y malestar social que este tipo de terrorismo que ellos llaman yihadismo. Pero el despliegue presupuestario, los efectivos, el relato del poder sobre el problema… Todas estas acciones terminan construyendo una narrativa que la gente de la calle se acaba creyendo. Lo que es considerado terrorismo y lo que no es una construcción política que responde a unos intereses concretos.

¿Qué estrategias han construido los estados para defenderse de este supuesto terrorismo yihadista?

La cuestión principal es que la política antiterrorista global es de carácter preventivo. Esto quiere decir que no viene a juzgar hechos, sino que viene a prevenir que pasen. Por lo tanto, se genera una fase precriminal, donde esta política preventiva debe decidir dónde cree que se generará este problema o donde cree que hay potenciales terroristas. Y esta decisión, en España, se toma a partir de coordenadas raciales, culturales y religiosas en relación con la población árabe-musulmana, paquistaní o del sudeste asiático. Y esto es sumamente peligroso. Lo que sucede es que a la hora de juzgar, como no hay actos delictivos cometidos, esta gente va a juicio sin pruebas, sólo con indicios. A menudo estos indicios son insuficientes o poco concluyentes para poder condenar, y entonces lo que hace el Estado es utilizar el marco legal de la ley de extranjería, que permite la expulsión sumaria con base en razones de «seguridad nacional». Así, esta aplicación permite que no sea necesario pasar por todas las garantías procesales ordinarias. Por tanto, la ley de extranjería es una punta de lanza para terminar de cumplir lo que el Código Penal no termina o no puede hacer.

En escuelas, centros escolares y comisarías de Cataluña se están empezando a aplicar protocolos de prevención de la radicalización. ¿Cómo funcionan?

Desde que empecé la investigación he tenido mucho interés en saber cuáles eran estos indicadores concretos y por qué son importantes, porque nos dicen lo que la policía y el Estado consideran como señales de alerta en un proceso de radicalización. Pero soy reacia a compartirlos, ya que pueden generar miedos entre las comunidades musulmanas. Básicamente estos indicadores son expresiones de la práctica religiosa, que si no eres musulmán no significa nada, pero si eres musulmán significa un elemento de sospecha. Y aunque podamos estar sensibilizadas, hay personas que cuando se les detallan estos indicadores no paran de verlos en todas partes, porque se les activa la maquinaria psicosocial. Se trata de una criminalización de la práctica religiosa, lo que convierte a todo un sector poblacional en potenciales terroristas hasta que se demuestre lo contrario.

¿Estos protocolos en sí mismos pueden ser agentes de radicalización dentro de las comunidades musulmanas?

Las técnicas y los métodos policiales para detectar la radicalización implican el uso de testigos protegidos que buscan incitar o provocar algún tipo de radicalización oculta. En este tipo de procesos, yo creo que sí se puede dar este supuesto. En Estados Unidos, en el Reino Unido o en el Estado español es un método ampliamente utilizado por los cuerpos policiales. Con el imán de Ripoll quizá pasó algo similar. Cuando salieron las informaciones de que era colaborador del CNI y que había pasado por la cárcel, no puedes evitar preguntarte si se le había aplicado algún protocolo de radicalización, si era una persona idónea para colaborar con la policía y ser introducida en una comunidad para ver si los jóvenes se estaban radicalizando. Creo que no podemos dejar de sospecharlo.

¿Qué peligros conlleva la aplicación de estos protocolos dentro de las comunidades musulmanas?

No puedo hablar por ellas porque no vivo dentro de ellas. Pero en algunas conversaciones que he tenido me cuentan que, cuando hay conciencia sobre la persecución que sufre tu forma de vida y expresión, las personas comienzan a modificar su expresión religiosa externa; a tener miedo de qué conversaciones podrán establecer, de cuáles son las posturas que pueden defender públicamente; qué pueden decir públicamente sobre el conflicto palestino-israelí, sobre la memoria histórica española sobre Al-Andalus. Se provoca que las conversaciones políticas emancipadoras sean coartadas y criminalizadas. Por otra parte, cuando recae sobre ti la sospecha de terrorismo por parte del Estado, te conviertes en paria dentro de tu propia comunidad. Las comunidades de tradición musulmana en una sociedad profundamente racista son un lugar de seguridad para muchas personas. Por tanto, lo que también se está generando son rupturas de lazos sociales que protegen y generan ideas de pertenencia.

En el libro comentáis que la fuerte relación entre la izquierda y el laicismo puede provocar la justificación de discursos islamófobos dentro de estos sectores sociales.

Esta idea de la sociedad avanzada y democrática viene dada por un giro secular. Occidente y el norte global se entienden a sí mismos como una sociedad más democrática porque ha sido capaz de secularizarse, de distinguir religión y estado. Partiendo de esta idea, en en el Estado español, esta relación entre estado y religión en su historia más cercana viene dada por el nacionalcatolicismo franquista. Por lo tanto, hay muchas resistencias a hablar sobre el lugar que debería ocupar la religión musulmana en instituciones públicas o administraciones. Es muy difícil separar estas dos cosas a la hora de tener esta conversación. Constantemente se reproduce esta narrativa sobre «lo que nos costó sacar la iglesia de la escuela, de la universidad y del aparato administrativo del Estado» para argumentar que el Islam tampoco debería tener un lugar. La relación entre el Estado español y la iglesia sigue muy viva y no se dedican tantos esfuerzos a combatir eso como se dedican a combatir al Islam. Cuando decimos que estas narrativas ocultan un velo islamófobo es porque pensamos que en realidad se utilizan para no dejar salir una postura abiertamente islamófoba que en realidad piensa: «Yo no quiero eso cerca de mí». Y como no es políticamente correcto, utiliza el relato del laicismo para justificarse.

Reflexionáis sobre cómo situarse para hacer una investigación transformadora y crítica sin ser informadoras desde dentro y estar al servicio de la empresa colonial. ¿Qué queréis decir con eso?

Hay una diferencia muy grande entre investigar al estado y su política antiterrorista o estudiar las comunidades musulmanas, sus relaciones, como les afecta, cómo se relacionan las mezquitas y las diferentes corrientes dentro del Islam… Son dos cosas muy diferentes porque son objetos de estudio diferentes. Las grandes investigaciones académicas actuales tienen mucho dinero detrás y obedecen a unos intereses concretos. Nosotros las criticamos porque la producción científica que valida postulados de radicalización, nefasta incluso metodológicamente, es en la que se amparan los estados. Por lo tanto, cualquier persona que colabore con este tipo de producción científica debe saber que colabora con la legitimación del despliegue de políticas públicas del estado. Las instancias de poder no son idiotas, y utilizan población árabe o musulmana que participa en estos estudios para poder decir que han hecho investigación participativa. En nuestro caso hay personas que se han expuesto enormemente para que pudiéramos llevar a cabo nuestra investigación, como es el caso de Mohamed Achraf, con quien hemos mantenido conversaciones vía carta y comunicaciones desde dentro de la prisión. A raíz de estas conversaciones, la institución penitenciaria ha decidido cortarle todas las comunicaciones con el exterior como castigo. Hay gente que pone la vida para que estas conversaciones salgan a la luz.

¿Cuál es vuestra posición respecto a la prevención? ¿Creís que se debería tomar alguna medida que pueda prevenir un atentado como el de las Ramblas?

Esta es una pregunta trampa, porque las coordenadas que me planteas ya incluyen suposiciones que validan la radicalización, la política preventiva antiterrorista, que validan que es un mal menor a asumir porque el mal mayor a evitar es el daño a la integridad y la vida de las personas. Desde aquí no me interesa contestarte, porque estaría validando la reproducción y el desarrollo del racismo en todas sus formas. Lo que creo es que hay que tener estas conversaciones críticas y empezar a plantear modelos de sociedad radicalmente diferentes. Romper el pacto económico racial, pensar la política transformadora desde otro lugar. Las políticas actuales, incluso las críticas o alternativas, no salen de estos paradigmas de prevención sobre los radicalismos y terminan siendo funcionales al orden establecido. No salen de los postulados de prevención clásica, no salen de las teorías de radicalización, no cuestionan, no cambian, asumen las coordenadas y quieren plantear cambios dentro de estas mismas coordenadas. Y eso no es posible.

¿Aparte de iniciar un debate y empezar a cuestionar este relato, veis alguna experiencia de referencia articulada desde las comunidades musulmanas?

En el libro decimos que planteamos muchas preguntas y no tenemos respuestas. Vemos una necesidad urgente de cambiar las coordenadas del relato sobre el terrorismo y su relación con las comunidades musulmanas. Las posibilidades de emancipación de muchas personas atravesadas por la construcción social de la raza y de las opresiones ligadas a ella pasan por cambiar radicalmente los esquemas mentales que tenemos en relación con raza, género, economía, clase… No sé si estamos preparadas como sociedad, a mí al menos no me lo parece. Como propuesta concreta, en relación con las políticas antiterroristas, lo primero que hay que hacer es eliminar y hacer desaparecer los protocolos. Y no nos sirven los protocolos reformistas planteados desde ciertos sectores. No sirven los programas de interculturalidad dentro de la idea de prevención de los extremismos violentos. Es un arma de doble filo muy peligrosa. O se cambia todo el marco o estaremos simplemente sofisticando lo que ya hay, haciéndolo más oculto e invisible, y por tanto más permeable y peligroso.

 

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