Tokata | Boletín de difusión, debate y lucha social Entradas

Presxs en lucha

Actividad en la calle Publicaciones Vagos y maleantes

De muestra, a continuación, un artículo de la autora y otro más largo y sustancioso que podéis leer o descargar picando en el título, en rojo, que va abajo del todo.

LA CÁRCEL, UN CASTIGO PATRIARCAL PARA LAS DESOBEDIENTES

En nuestra cultura occidental y a lo largo de la historia, las mujeres que han desobedecido los mandatos de género y se han rebelado contra la opresión, con frecuencia, han recibido diferentes tipos de castigos como la soledad, el destierro, la cárcel o la muerte. Desde Lilith y Eva, hasta Milagros Sala, la Machi Francisca Linconao, Marielle Franco, pasando por Manuela Saez o Micaela Bastidas, todas ellas han recibido castigos ejemplarizantes o han cargado con sus culpas durante siglos.

En muchos casos, a las mujeres que desobedecían se las tildaba de malas o malvadas. La historia cultural construida sobre la maldad de las mujeres es larga y combina el temor y el control de su sexualidad. Por su función de transmisoras de la cultura, era indispensable tutelar y someter a las mujeres para dominar el mensaje a transmitir.

En «Calibán y la bruja»[1], Silvia Federici llama la atención sobre la importancia que la subordinación de las mujeres ha tenido en la transición del feudalismo al capitalismo, con consecuencias que llegan hasta la sociedad actual. La historia del castigo a los saberes, la autonomía y a la insubordinación femenina a la autoridad patriarcal llevó a la ejecución de cientos de miles de “brujas”.

Los cuerpos de las mujeres, su trabajo, el poder de su sexualidad y la reproducción, su capacidad de curar, fueron puestos bajo el control de Estado y de la Iglesia, y se castigaron de forma pública y con gran sadismo innumerables comportamientos femeninos que pasaron a ser vistos como deleznables por la población. En el continente americano, a los instrumentos de control de la supremacía masculina y misoginia del catolicismo se unieron la violencia de la conquista y la colonización[2].

Con el paso de los siglos esta tendencia se ha mantenido a través de un control social informal ejercido por las relaciones familiares, laborales, profesionales o sociales. Cuando el control social informal no es suficiente, entra en escena el sistema de justicia criminal, que pasó a condenar a las mujeres por situaciones específicas. La misma sociedad heteropatriarcal que sobrevaloró la maternidad como institución, penalizó todos aquellos comportamientos no encaminados a la reproducción, reprimiendo la sexualidad no reproductiva, castigando el aborto, el adulterio y la prostitución [3].

La lógica punitiva se enfocó históricamente en criminalizar la pobreza y a las mujeres que se “desviaban” de la moral imperante, a las pecadoras, ociosas, aquellas que vivían fuera del control masculino. Las tesis del positivismo penal y criminológico del siglo XIX de Lombroso y Ferrero, ayudaron a reforzar el sexismo y los estereotipos de género. Según estas concepciones, la mujer delincuente era como un ser monstruoso, dado que no solo trasgredía las leyes sino la expectativa derivada de su rol social de género. Las mujeres que delinquían eran para estos criminólogos especialmente “degeneradas” e insensibles moralmente, ya que no solo violaban las normas legales sino también las normas sociales de su condición femenina [4].

Para estas transgresoras se creó un sistema de encierro que reforzaba los ordenamientos de género ligados a lo doméstico y a la religión. Las cárceles de mujeres, llamadas en origen, Casas de Corrección y gestionadas por congregaciones religiosas tenían como objetivo central redimir a las pecadoras y disciplinar a estas mujeres. Tras el paso por estas cárceles, se esperaba que se incorporasen a la sociedad organizada por las élites[5], como servidoras de la burguesía y de la fe cristiana.

El castigo, en las Casa de Corrección para mujeres, operaba como un agente cultural, que, reforzando la “ideología de la domesticidad”[6], modelaba la imagen de la mujer madre, trabajadora, eje de hogar. El castigo también trasmitía las virtudes de la moral cristiana[7].

Este sistema de encierro femenino que consolidó los ordenamientos de género ligados a lo doméstico y a la religión, sigue de alguna forma vigente hasta nuestros días, pues sólo hace unas décadas que las religiosas dejaron de tener presencia en estos lugares de detención.

Las cárceles actuales no dejan de ser una expresión simbólica del patriarcado donde se intensifican estos sistemas de dominación y discriminación. Los rígidos sistemas de disciplina y sanciones en su interior, son atravesados por prejuicios vinculados a factores de interseccionalidad, tales como la extranjería, la pertenencia a pueblos originarios, la pobreza, las diferentes capacidades o la orientación sexual y expresión o identidad de género. Para las mujeres y disidencias, la prisión es un continuum del control patriarcal, y una herramienta para el castigo y la disciplina. Luchar contra esta forma de castigo es también una forma de luchar contra el patriarcado y el capitalismo.

[1] FEDERICI, Silvia. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficantes de sueños. Madrid. 2010.

[2] GARGALLO CELENTANI; Francesca. Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América. Editorial Quimantú. Santiago de Chile. 2013. Pág. 23 y 29.

[3] CALVO FAJARDO, Yadira. Las líneas torcidas del derecho. 2da. ed. – San José, Costa Rica: ILANUD. Programa Mujer. Justicia y Género. Costa Rica. 1996. Pág. 13.

[4] LOMBROSO, C. y FERRERO W. La femme criminelle et la prostituée, Félix Alcan Éditeur, París, 1896. http://fama2.us.es/fde/ocr/2008/laFemmeCriminelle.pdf

[5] MALLAGRAY, Lucía. El asilo del buen Pastor en Jujuy. Un proyecto Correccional de mujeres (1889-1920). Revista de Historia de las Prisiones N° 8. INIHLEP. Universidad Nacional de Tucumán. Págs. 96-120. Argentina. Enero-Junio 2019. Pág. 96

[6] CASULLO, Fernando; BOHOSLAVKY, Ernesto. Sobre los límites del castigo en la Argentina periférica. La cárcel de Neuquén (1904-1945), Quinto sol, N° 7. Argentina. 2003. Págs. 37-59. https://cerac.unlpam.edu.ar/index.php/quintosol/article/view/683

[7] ALONSO MERINO, Alicia; REYES REYES, Evelyn. “Mujeres y delitos: cuatro siglos de desobediencia en Chile”. Revista ClioCrimen, No. 17 (2020), ISSN: 1698-4374; D.L: BI-1741-04, España. pp. 275-296.

Alicia Alonso Merino

En https://desinformemonos.org/la-carcel-un-castigo-patriarcal-para-las-desobedientes/

La violencia institucional en las sanciones disciplinarias de las reclusas

Abolicionismo Actividad en la calle Mujeres presas

Actividad en la calle Publicaciones Vagos y maleantes

¿Nos atrevemos a imaginar una sociedad como la nuestra (…o tal vez diferente) sin cárceles?

Quizás nos acerquemos a este texto con precaución o, incluso, con desconfianza. Pero al sumergirnos en sus datos y, sobre todo, en sus historias de vida, las dudas se disipan como una neblina que nos impedía vislumbrar un horizonte más amplio: aquel en el que las mujeres pobres y racializadas, personas con orientación sexual o expresión de género diversas, o con enfermedad mental y falta de oportunidades, no paguen con sus cuerpos y sus vidas la “culpa” de ser lo que son o de nacer donde nacieron.

Estas personas están sobrerrepresentadas en las prisiones de todo el mundo.

Los textos que llenan este libro, publicado por Zambra/Baladre, CGT y Libros en Acción, nos ayudan a reflexionar sobre el origen y la historia del castigo ante la insubordinación a la autoridad patriarcal y los roles sociales, que se ceba en las mujeres.

Nos hablan de un punitivismo vinculado al tráfico de drogas que afecta especialmente a mujeres pobres y racializadas, sin que conduzca a ningún resultado positivo ante el problema de salud pública que suponen las drogas.

Nos demuestran la triste relación existente entre cárcel, enfermedad, violencia obstétrica, aislamiento y otras formas de tortura, enfermedad mental, autolesiones, huelgas de hambre y suicidios. Todo ello en proporciones mucho más altas que fuera de los muros de las prisiones.

Inciden en las consecuencias del encarcelamiento que se extiende más allá de la prisión, ya que empobrece, estigmatiza, enferma y genera mayor exclusión social. Y en el caso de las mujeres afecta a su entorno, desintegrándolo, por el rol de cuidadoras que detentan la mayoría de ellas.

Y también nos hablan de lucha. De cómo las autolesiones son un grito contra la injusticia y se convierten en herramienta de resistencia frente a la opresión del encierro o la barbarie del aislamiento. De asociacionismo y resistencia. De la necesidad de manifestarnos en contra de esta forma de castigo como un modo más de luchar contra el patriarcado y el capitalismo. De la evidente reivindicación ante el aplastamiento de los derechos humanos más básicos que supone el absurdo de las presas políticas.

La autora nos recuerda que los Estados y las instituciones penitenciarias tienen el deber de garantizar la salud y la integridad física y psíquica, así como velar por la seguridad de las personas privadas de libertad y por la reinserción posterior. Sin embargo los datos, estudios e historias de vida demuestran que esto no se cumple. Muy al contrario, los Estados venden presas para quitárselas de encima y las cárceles empeoran la situación de las personas, consolidan la experiencia del delito y alimentan los problemas sociales al no solucionar las causas que los crean.

La esperanza reside en la lucha. Asociaciones y proyectos de acompañamiento, apoyo y organización de las presas nos ponen un espejo sobre aquello que queremos encerrar tras los muros, nos enseñan empatía y construyen espacios de supervivencia y dignidad.

Y, por supuesto, apelan a nuestra responsabilidad para no estancarnos en la comodidad de esconder aquello que no queremos afrontar como sociedad: los problemas reales que viven las comunidades de las que proceden esas personas encarceladas y las causas de esos problemas, que deberíamos ser capaces de afrontar de formas más constructivas, empáticas y funcionales.

Editorial Zambra/Baladre

Actividad en la calle Abolicionismo Mujeres presas

Actividad en la calle Vagos y maleantes

Actividad en la calle Vagos y maleantes

«Sopas y sorber» es un programa de la radio libre vallisoletana «Radio Kuko», dedicado a la contrainformación sobre luchas sociales. En esta edición se ocupan de la lucha anticarcelaria, dando voz a unas cuantas de las personas que han participado en la organización de la XIV marcha a la cárcel de Topas y que nos cuentan algunos detalles de la historia de esta convocatoria de intención anticarcelaria, detallando la programación de las jornadas que van a acompañarla este año en Salamanca y aportando algunas reflexiones sobre la situación actual de las cárceles. Anuncian también algunos actos que se van a realizar en Valladolid en apoyo de la marcha, entre ellos, la presentación del libro «Feminismo anticarcelario», de Alicia Alonso,  sobre cuyo contenido entrevistan a la autora con la que dialogan, entre otros temas, sobre las cárceles de mujeres. Hablan finalmente de Alfredo Cospito y de su reciente lucha contra el régimen de castigo 41 bis.

Actividad en la calle Radio: Tokata Y Fuga

Actividad en la calle Familias Frente a la Crueldad Carcelaria

POR QUÉ ANARQUISTA

Porque el anarquismo es la opción política que mejor nos define. Porque nuestros valores, que nos representan: horizontalidad, apoyo mutuo y solidaridad, beben de todas las luchas sociales de la historia. De las que hemos aprendido unos principios morales como: la cooperación voluntaria, el no ejercicio del poder, la lucha de clases, la libertad, la igualdad, la equidad, la acción directa, el antiracismo, el anticapitalismo, el anticlericalismo, el antifascismo, la lucha antipatriarcal, LGTBIQ+, la decolonial, el transfeminismo, el ecologismo, el internacionalismo, la lucha por la liberación de los animales, la interseccionalidad y la lucha por la diversidad funcional. Son elementos imprescindibles para la construcción de la sociedad y el mundo que queremos.

Porque no creemos en la propiedad privada, acaparada en manos de especuladores. La tierra para quien la trabaja y la casa para quien la habita.

Porque no creemos con el modelo de sociedad capitalista, enfocada en la construcción, producción y consumo desmedido. Que destruye el entorno natural, fauna y ecosistemas, contribuyendo al cambio climático, que perpetúa las clases sociales, fomenta la competitividad y el individualismo. Porque queremos un mundo donde vivir, sin clases sociales y con otras formas de relacionarnos.

Porque no creemos en el trabajo asalariado. El cual supone una relación desigual entre trabajador y patrón, que alimenta la explotación y el abuso laboral, y hace uso del robo legal de la plusvalía. Trabajamos todas, para trabajar menos. Porque es posible un reparto más justo de la riqueza.

Porque no creemos en el sistema patriarcal, que nos lleva a relaciones de abuso hacia las mujeres, invisibilización, desigualdad, así como discriminación y violencia. También hacia otras formas de orientación sexual, relaciones sexo-afectivas, o familias homoparentales o monoparentales fuera de la heteronormatividad. Porque queremos una sociedad transfeminista y la igualdad en todos los ámbitos, donde la diversidad sexual y de género sean respetadas y libres de ser.

Porque no creemos en la globalización ni en el mercado global, ni en la bondad de los bancos ni empresarios que precarizan a las personas, encarecen la vida y fomentan el turismo, destruyen la naturaleza y la diversidad cultural, y hacen del mundo una cárcel con el negocio de las fronteras. Porque queremos cuidar nuestro entorno, cultura, lengua y barrio, y no queremos turismo masivo, ni queremos gentrificación, queremos barrios para los que viven en ellos. Porque queremos el cierre de todos los CIES, y apostamos por la regularización de las personas migradas.

¡Fuego a las fronteras! Por el internacionalismo y la solidaridad entre pueblos!

Porque no creemos en la iglesia, ni religión, ni dogma. Porque no creemos en ningún estado, ni en ninguna estructura vertical o autoritaria. Porque no acatamos ni toleramos las fuerzas de represión del estado, ni de policías, cómplices o prisiones.

POR QUÉ ANTICARCELARIO

Todo cuerpo social de más de una persona tiene normas de comportamiento y colaboración, de una forma u otra se busca que se cumplan. Como tal, la sociedad en la que vivimos tiene sus normas, por supuesto, lo que ocurre es que todas estas normas están intervenidas y diseñadas para mantener un tipo de orden específico, el de la gente que gobierna y la gobernada.

Esto se expresa en que la mayoría de las leyes están diseñadas para proteger a la clase política, a la aristocracia, a la policía, al racismo, en el machismo y en la propiedad privada. Y, por tanto, la mayor parte de la gente que se encuentra en prisión está por algo que tiene que ver con un atentado contra todo lo anterior, directa o indirectamente. Si eres pobre, racializado o haces trapicheos con drogas, tienes un buen plus de probabilidades de entrar en prisión o como mínimo en el calabozo de una comisaría. Vivimos en una sociedad en la que la mayor parte de la riqueza está en poquísimas manos y la mayor parte de la gente se ve obligada a vender su tiempo y su fuerza en empleos cada vez más precarios, y si no tienes la suerte de tener un trabajo, mejor que reces porque si se te ocurre buscarte la vida por otro medio que no sea el oficial, te convertirás en un objetivo a perseguir y castigar. La cárcel es el castigo más sencillo que tiene el poder para unas normas que no hemos pensado ni impuesto nosotros.

La Constitución española dice que la cárcel estará dirigida siempre a la reinserción social de los presos. Pero que no te engañan, esta reinserción no significa que la gente que salga de la cárcel tendrá las mismas oportunidades que el resto de vivir su vida, sino que está dirigida a la reinserción de seguir siendo pobre y vivir en la miseria después de salir. Alrededor del 20-25% de la gente que sale de prisión vuelve a delinquir, porcentaje que sólo comienza a descender cuando se reducen las condenas y mejoran las condiciones de reclusión. Esto puede llevar a pensar que si se tomaran medidas más radicales como eliminar las cárceles, los beneficios sociales serían mucho más interesantes.

La posición de la seguridad y el funcionariado dentro de estas instituciones da un control casi absoluto sobre los cuerpos de la gente presa, en la que la vigilancia hacia el poder brilla por su ausencia y los excesos se vuelven comúnmente en norma. La arbitrariedad de la administración de la prisión permite restringir o limitar las llamadas, permisos, visitas y cartas; también se une el limitado acceso a una asistencia médica en condiciones; los malos tratos por parte de la seguridad son muchas veces ocultadas por el resto de la administración; la escasez o ausencia de actividades para romper la rutina devuelve aún más monótona la estancia. Esto, unido a la arquitectura de la cárcel, hace de la estancia en prisión una tortura constante que rompe o suicida a las personas.

A pesar de que cerca del 92% de la gente presa son contabilizados como hombres, las mujeres son precisamente un colectivo minoritario dentro de la cárcel, lo cual se traduce en una deficiencia especial a muchos niveles, tanto de condiciones de reclusión, de higiene, médicos… así como en una menor red de apoyo exterior. Luego ya si hablamos de gente trans o no-binaria, se traduce en una incertidumbre y por supuesto no en mejores tratos.

Los CIEs (Centro de Internamiento de Extranjeros) añaden un nuevo nivel de control a la gente presa, con menos garantías jurídicas incluso, porque su razón de ser es encerrar a personas migrantes sin regulación en el país. Donde la pobreza y la raza de la que te vean es el principal delito, y las vulneraciones a los derechos humanos en estas instituciones se multiplican.

El sentido de la propia prisión sólo puede ser entendido por el sadismo, el gusto del poder por provocar y ver sufrimiento ajeno, el de la gente dominada. Es lo que ocurre cuando existen los roles de dominar y ser dominado, y mucho más cuando no existen mecanismos efectivos que controlen al poder, y lo que ocurre es que éste actúa hasta donde se le deja actuar, avasallando con violencia a las personas.

Como anarquistas, entendemos que la cárcel funciona como una estructura más de la dominación para mantener una sociedad clasista, racista, machista y autoritaria. Y como herramienta de reinserción es sin duda ineficiente, teniendo en cuenta que la gran mayoría de la gente que está en prisión está por robos, drogas y otros delitos menores, si se resolvieran las demás violencias estructurales que se sufren, no habría necesidad de encerrar a todas estas personas. Por otro lado, si existiera un control popular, asambleario y horizontal de nuestras normas y seguridad, para resolver los conflictos que pudieran existir dentro de nuestras comunidades, seguramente la policía no tendría sentido de ser, así como tampoco la institución penitenciaria. De modo que podríamos ahorrarnos un sufrimiento innecesario para las personas.

(Traducido del catalán por tokata)

https://tatucircusvalencia.noblogs.org/

Actividad en la calle

¡VUELVE LA MARCHA A TOPAS!

Regresamos con los mismos principios que venimos reivindicando desde hace 27 años.

La Marcha a Topas nace con la intención de, por un lado, acercar a la ciudadanía las duras condiciones a las que son sometidas todas las personas presas del Estado español, y por otra, denunciar la violencia a la que tienen que enfrentarse tanto ellas como sus familias.

Lejos de asumir la visión parcial y promovida por los medios de desinformación, queremos reivindicar una visión realista de la situación de las prisiones, lejos de la supuesta labor reformadora y humanitaria.

Por desgracia, nos enfrentamos de forma constante con noticias de muertes entre los muros de las prisiones, derivados en la mayoría de casos de la desatención sanitaria, de los malos tratos físicos y psicológicos a los que repetidamente deben de enfrentarse, y que resultan en el fatal desenlace del suicidio o la sobredosis de droga entre otras causas.

Entre 2016 y 2019 casi mil presos fallecieron en las prisiones dependientes del Ministerio del Interior, de las cuales un gran número pudo ser evitado.

Estos últimos años, la situación se ha visto, si cabe, agravada, en la que la pandemia ha generando un abandono y una reducción de los limitados derechos humanos de las personas en prisión, fundamentados en que lo prioritario es la seguridad de la prisión y como consecuencia la aplicación de técnicas de control, una mayor reducción de la atención sanitaria, reducción o paralización de las comunicaciones familiares y con abogados , mayor aislamiento interno, etc.

No nos olvidamos que todas las personas presas, sufren el duro régimen carcelario, como los regímenes FIES, el control de las comunicaciones o el distanciamiento de sus familiares.

Tampoco nos olvidamos de las mujeres, las cuales cuentan con menos oportunidades en la prisión, además de agravarse su situación en casos de maternidad.

Otro tipo de prisiones y no por ello con mejores condiciones son los centros de menores de régimen cerrado como el Zambrana es decir una cárcel de niños, donde las niños son privadas de sus derechos y libertades de forma repetida.

Respecto a los CIE’s (Centros de Internamiento de Extranjeros) la irracionalidad es absoluta, no solo se encierra a personas que no han cometido ningún delito, sino que los más básicos derechos fundamentales se quedan a sus puertas.

Y por todo ello seguiremos reivindicando: Ni FIES, ni dispersión, ni enfermos en prisión. Fin las torturas. Abajo los muros de las prisiones.

¡Presos a la calle!

https://marchatopas.noblogs.org/

Actividad en la calle