Eric Van Buren fue condenado a cadena perpetua en Estados Unidos y lleva ya un tiempo en prisión. Durante su vida carcelaria ha sufrido varios encierros de emergencia, situaciones de represión que afectan a toda la cárcel ante situaciones de violencia entre presos, a carceleros, protestas, drogas, armas… Se trata de una historia de privaciones, confinamientos, soledad, promiscuidad y ansiedad. Hoy ha compartido la historia de uno de ellos en la prisión de Pensilvania donde se encuentra.
El primer indicio: “¡Bloqueadlas, joder! ¡Bloqueadlas, joder! ¡Entrad en vuestras celdas!”. Sirenas, disparos y, en ocasiones, bombas hacen temblar el patio, y pueden oírse dentro de las celdas bloqueadas. Entre 20 y 30 guardias se reúnen en cada celda. Cuando ves y oyes eso, sabes que es el comienzo de un encierro de emergencia.
Mientras la puerta de la celda se cierra de golpe detrás de mí, conjeturo e intento adivinar el tiempo que pasaremos confinados. Entonces aparece; el eco de ese insidiosamente siniestro “clic”. El “clic” que provoca ese instante de pánico y sentimiento de encierro. El “clic” que te dice que ahora estás encerrado en tu celda y no hay nada que puedas hacer. Siento que me están enterrando vivo. Siento que mi celda es como una tumba. Me vuelvo hacia mi compañero de celda para preguntarle qué está pasando.
Como no lo sabe, voy hacia la ventada desde donde evalúo la situación. Los prisioneros que vuelven de sus trabajos o del patio siempre saben más que los que están en las celdas. Puesto que no podemos oírnos, hablamos entre nosotros con gestos furtivos o haciendo señales con las manos. Si nadie me presta atención, miro el número de presos que pasa cada segundo. Cuantos más pasen, menos tiempo estaremos encerrados.
Mientras me siento en mi cama a pensar, mi preocupación va en aumento. Una oleada de emociones me invade amenazando con hundirme. Me siento decepcionado porque han interrumpido mi rutina diaria. Me siento enfadado porque la comunicación con mi familia y seres queridos se ha interrumpido bruscamente. Por desgracia, los encierros continuos son una forma de perder la comunicación con la gente. Me siento cabreado y abatido al mismo tiempo.
Ante ese pensamiento, de repente, todo en mi vida comienza a ser inestable. Pero no puedo concentrarme demasiado en eso porque las preocupaciones me arrastrarían; debo pensar en mi propia seguridad. Así que repaso la situación. ¿Un preso atacó a algún guardia, oficial o alguien del personal? Si así fue, habrá represalias. ¿Alguno de mis colegas se peleó con otro grupo de presos? Si así fue, las repercusiones podrían durar años. Alguno podría acabar muerto. Otras cosas se abren paso en mi mente. Como que mi compañero de celda tiene algo de contrabando (armas o drogas). De ser así, seguro que nos hacen un registro desnudos durante el encierro y si encuentran algo, nos acusarían a los dos. Agobiado por esos dos sentimientos, me tumbo en la cama y echo pestes. Pienso: “ya estamos otra vez”. Me siento frustrado. Enfadado. Desconsolado.
En las cárceles federales de alta seguridad, los encierros de emergencia tienen lugar dos veces cada 90 días. Si hay suerte solo duran una semana. Pero si no, podían llegar a los 14-30 días. Afortunadamente, mi compañero de celda se había preparado para el encierro al igual que yo, ya que durante siete días nos sirven comida fría (mortadela y queso artificial).
Por lo general, los prisioneros suelen tener una “bolsa” para encierros de emergencia bajo sus camas. La cual consiste en sopa instantánea, patatas fritas y galletas. Espero que mi compañero tenga la suya, si no voy a tener que compartir la mía con él.
En el caso de cierres prolongados, racionar la comida es una dinámica extra que puede ser estresante en un ambiente ya de por sí muy estresante. Lo último que necesito es luchar a muerte por la comida con mi compañero de celda. Para los condenados a cadena perpetua como yo, un fiscal adjunto demasiado entusiasta podría interpretar una muerte en defensa propia como una “circunstancia agravante”. Si esto llegara a suceder, podrían conmutar mi pena por la pena de muerte. Esto solo se aplica a los condenados a cadena perpetua. Por otro lado, mi compañero de celda podría matarme y solo le caerían ocho años. La ironía de todo esto es que yo fui condenado a cadena perpetua por un delito de drogas no violento y él, por un asesinato, tiene una condena mucho menor. Me río de esta hipocresía, de esta desventaja y decido ser más listo que mi compañero de celda durante el tiempo que nos queda encerrados. Necesitaré mi mente para salir adelante.
Si mi familia llama a la prisión debido a mi falta de comunicación, no les informarán sobre lo que está sucediendo, ni siquiera si estoy vivo o bien. Normalmente envío una carta para informar a mis seres queridos o familiares de que hay un encierro de emergencia. Otras veces no lo hago, porque no quiero que se preocupen.Ya sé lo que sucederá. Pasarán 72 horas antes de que me dé una ducha. Nos harán un cacheo al desnudo y registrarán las celdas.
Son discretos sobre lo que pueden coger durante el registro de celdas; normalmente son cosas como fotos o tarjetas —que me recuerdan a mis familiares o seres queridos—, mis pantalones cortos favoritos, mi camisa de entrenamiento o un sombrero. Todo lo que me da serenidad o cosas que parecen insignificantes como un bolígrafo (con el que escribo a esa persona especial), una taza, un par de zapatillas nuevas o un juego adicional de tacos (uno para practicar y otro para jugar). Cosas que parecen pequeñas cuando las reclamas, pero que tienen un gran valor sentimental para un prisionero. Mi mayor preocupación es perder mis sellos. Los sellos son la moneda de prisión y perder mi reserva de sellos es como si una persona del exterior perdiera los ahorros de su vida. Son cosas que tienen un gran valor personal; cosas que uso para pasar los días en prisión. Son cosas que no me hacen sentir como un convicto, sino que me hacen sentir más como persona normal. Pasarán tres cosas en el encierro de emergencia: 1) me harán un registro desnudo; 2) destrozarán mi celda durante el registro; y 3) estoy seguro de que perderé algo valioso y una persona valiosa con la que me comunico durante este encierro. El primer día de encierro es siempre el más fácil. Te pones al día con todo el sueño que has perdido. La falta de sueño se debe a que hay que levantarse tan pronto como se abran las puertas, por lo que debemos estar “alerta” ante cualquier imprevisto. Varios reclusos se sienten aliviados, como yo, durante el primer día de encierro, durante el cual solemos pasarlo durmiendo.
Es en el segundo día de encierro cuando empiezo a comprobar la fortaleza mental de mis compañeros de celda y hago mi evaluación de la amenaza. Largos períodos de encierro son agotadores mental y emocionalmente. En los encierros de emergencia, un preso puede perder la cabeza en cuestión de horas. Estar atrapado en una celda pequeña con otra persona significa que tienes que aguantar todas sus peculiaridades y rarezas, tienes que acostumbrarte a su olor corporal y al olor del baño cuando lo usa. Entonces, primero, debo asegurarme de que mi compañero de celda no tenga ningún problema personal. Me pregunto si él me está haciendo la misma evaluación.
Lo siguiente que hago es concentrarme en mi fuerza interior. Hago esto para aumentar mi tolerancia. Tendré que soportar mucho, especialmente al personal de prisión. Durante el cierre, el personal trabaja más duro y algunos de ellos se enfadan o molestan, por lo que la toman contra los reclusos. Otros miembros del personal están felices, ¿por qué? Porque el cierre les da la oportunidad de ser más opresivos de lo habitual. Luego está el personal que desprecia tanto a los prisioneros que, durante el cierre, su menosprecio se convierte casi en otra entidad. Este menosprecio, que les permite hablarte y tratarte como a un animal callejero, lo usan para intentar despojarte de tu derecho inalienable de ser tratado como cualquier ser humano.
Aprendí a usar la ira para combatir estas conductas. La ira suele ser lo único que te ayuda a sobrevivir durante un cierre, sin embargo, en exceso, puede llevarte a los lugares más oscuros e inimaginables.
La ira se apoderará de ti y se volverá en tu contra, y la mayoría de los presos con sentencias largas han sentido esta emoción cautivadora. Te sacude al máximo y te hace luchar por tu cordura mental. Es una sensación tan absorbente que nunca querrás volver a sentirla.
Por lo tanto, evito ese sentimiento. Aprendí a utilizar la suficiente ira como para superar la opresión de la prisión sin estar al borde de la locura. Durante el cierre, puedes encontrarte cara a cara con este riesgo, por lo que debes estar preparado para esto.
Estoy seguro de que mi compañero de celda ha experimentado este paso entre la cordura y la locura. Sin embargo, nadie habla sobre ello. Nadie puede ser percibido como débil. Entonces, me aseguro de que mi compañero de celda y yo tenemos alguna válvula de escape para esta ira. Leemos, escribimos o hablamos de tiempos mejores en lugares mejores. Algunos prisioneros se reinventan totalmente a sí mismos; fabrican cosas para mantenerse sanos y algunos de ellos hacen ejercicio. Me aseguraré de hacer lo que sea necesario para aumentar cualquier tipo de ira que él o yo tengamos. La ironía es que mientras me aseguro de que tengamos una salida, también se me ocurren estrategias y situaciones para incapacitarlo físicamente. Me di cuenta de que mi compañero de celda debía estar haciendo lo mismo conmigo porque nos observamos mutuamente.
Aproximadamente al tercer día de encierro, me despiertan los gritos sumados de treinta oficiales penitenciarios (siglas en inglés C.O.) que me dicen: “prepárate para un registro minucioso”. Para “desnudarme” quedando solo con los calzoncillos y las chanclas. Mi corazón se acelera y mi ira aumenta ligeramente. Estoy preparándome mentalmente para que me saquen medio desnudo de mi celda, esposado a la espalda, y caminar de espaldas hacia una cabina de ducha.
En la ducha, me registran desnudo. Mientras, el oficial me dice que abra la boca, revisa detrás de mis orejas, me dice que levante mis genitales, me dice que me gire y me incline para poder mirar por mi recto, y luego me dice que me ponga en cuclillas y tosa.
Estoy decidido a no dejar que me humille durante este proceso. De hecho, he preparado mi cuerpo mediante riguroso ejercicio para que ello lo humille. Le hago saber con mis ojos que no estoy intimidado, por lo que él sonríe y se dirige al siguiente puesto. Aunque estoy esperando en la cabina de ducha, no puedo tomar una ducha. No tengo jabón, ni toalla, ni esponja; solo un par de chanclas y unos calzoncillos que llevo puestos desde hace tres días.
Cuarenta y cinco minutos después, me llevan de regreso a mi celda que han registrado minuciosamente; la han destrozado. A mi compañero de celda y a mí nos lleva casi una hora limpiarla, y averiguar qué nos falta. Mi compañero de celda está maldiciendo y parece frustrado. Tengo que dominar rápidamente la situación antes de que explote. El oficial se ha llevado fotos de su hija, a la que no ha visto en cuatro años y a quien ha tenido que ver crecer a través de fotos. Me doy cuenta de que también faltan objetos personales míos; una foto de unos amigos, que ya no lo son. Acabo quedándome dormido porque estaba emocional y mentalmente exhausto. A la mañana siguiente, recibo una inesperada sorpresa. Nos permiten ir a darnos una ducha. Esta vez tengo jabón, una toalla y una esponja. Sonrío por primera vez en cuatro días. Las cosas siempre son menos tensas durante los encierros cuando los presos se bañan. Mi compañero de celda parece aliviado, yo me siento aliviado, y la conversación entre ambos es menos tensa.
A pesar de que aún nos sirven sándwiches de mortadela medio congelados, tengo esperanza. La esperanza de que este cierre terminará pronto y no hará perder tanto como temo.
Cojo un libro, lo leo y espero a que el alcaide nos envíe una nota diciendo por qué estamos encerrados, y cuándo saldremos. No molesto a mi compañero de celda, ya que esta es la primera noche en la que podré dormir sin tener que estar con un ojo abierto. Como se esperaba, al quinto día de cierre de emergencia, el alcaide envía una nota. La deslizaron por debajo de la puerta de mi celda. La veo cuando me levanto para usar el baño. La nota establece lo que el alcaide tolerará y lo que no. Promete más encierros si se perpetra o continúa cierto comportamiento. Le pregunto a mi compañero de celda si quiere leerla. Niega con la cabeza y vuelve a acostarse. Rompo la nota y la tiro al inodoro. La nota es la típica y no cambiará nada. En las prisiones de alta seguridad, algunas cosas son casi tan ciertas como los principios de las leyes universales. Me vuelvo a acostar y continúo mi rutina de despertarme, leer o escribir, y hacer ejercicio en mi celda.
En el séptimo día, se nos sirve una “comida mejorada”. Consiste en zanahorias congeladas y apio junto con nuestros sándwiches de mortadela medio congelados. Mi consumo de calorías es de alrededor de 1200 por día, así que voy a perder peso. Mi compañero de celda y yo creemos que no durará mucho tiempo, solo un par de días más.
Al igual que yo, suena esperanzado y, finalmente, ocurre. Lo extraño es que algo en mí está creciendo; un poco de miedo y satisfacción. Sé que cuanto más tiempo permanezcamos encerrados, más probabilidades habrá de que queramos permanecer así.
Solo trato con una persona, duermo cuando quiero, puedo hacer ejercicio y no tengo que interactuar con el personal de la prisión. Me siento “más seguro” en mi celda con una persona que en mi módulo con cien o en la prisión con mil. Me olvido de ese sentimiento porque si dejo que aumente, me convertiré en un ermitaño. Me “institucionalizaré” aún más de lo que estoy ahora.
Al noveno día, escucho cómo las puertas de la celda se desbloquean. Mi corazón se acelera cuando tengo que cambiar de un estado mental a otro en pocos segundos. Tengo que estar listo para cualquier imprevisto. Entonces viene. Ese “clic”. El eco de ese insidiosamente siniestro “clic”. El “clic” que te informa de que estamos saliendo del encierro de emergencia.
Me atormenta día y noche. Me recuerda mi situación. Me permite saber lo frágil que puede ser mi vida y el poco control que tengo sobre ella. Se burla y se ríe de mí. Es constante. Está esperándome cada vez que hay un encierro de emergencia. Cada vez que me confinan en mi celda, cada vez que me permiten salir. Es continuo y me hace pensar en si este será mi lugar de descanso permanente. Solo puedo imaginar cuántos otros prisioneros se sienten igual que yo. No hablamos de cosas como estas, pero lo veo en sus ojos. Le tienen tanto miedo al “clic” como yo. El “clic” que dice prepárate para el próximo encierro de emergencia. Prepárate para hacerle frente a una realidad de continua violencia. Prepárate para la inestabilidad de la vida en prisión. Prepárate para explicarle a tu familia y seres queridos por qué desapareciste de repente durante 9 días. Prepárate, prepárate y permanece siempre alerta.
Eric Van Buren
11044-068
FCI Schuylkill P.O. BOX 759 Minersville, PA 17954. USA
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