– «Lo oyes?», dijo el psiquiatra.
– «Te escucho perfectamente, como hace un momento», contestó el paciente.
– «No hablo de eso. Te pregunto que si oyes las voces».
– «Vale, pero solo cuando las escuchas tú», respondió.
En ese momento el paciente contraatacó, diciendo:
– «¿Tú lo ves?».
– «Sí», dijo el psiquiatra renaciendo sin sorpresa la sonrisa cómplice, creyendo que tenía en sus manos a un majara para llenarle la boca de pastillas.
– «Está bien», se doctoró el paciente. «Por mi examen observo que tienes una incipiente esquizofrenia por tu delirio visual. Te crees un psiquiatra y piensas que los demás son locos. Voy a trastornarte con dos tomas de neurolépticos al día».
El psiquiatra esquivó los ojos y torció el gesto hacia la mueca. Escribió en una ficha de cartón y dijo al paciente que se marchara. Al licenciado le faltaba humor a pesar que le humeaba la encenizada colilla de tabaco rancio. En las ocasiones que estuvo en el Psiquiatrico Penitenciario de Madrid, al paciente no le habían forzado con medicación rutinaria, escepto en 1983 por orden de Felipe Gonzalez. Por estas circustancias, el paciente estubo forzado por la corrupción en busca de otra formula répresiva que no fuera la demencia tópica patentada por Stalin.
Desde el patio de las pastillas, donde estaba el economato, se accedía por una puerta del fondo a la izquierda al patio del jardín, donde había mucho trabajo pendiente, que ya estaba abierto cuando el paciente abandonó el despacho del psiquiatra.
En las largas horas de las celdas de castigo, por el periplo penitenciario previo, el paciente había leido libros técnicos, entre otros de psiquiatría, buscando alternativas a los libros religiosos pacatos de mensaje único por desaliciente, o papelería mojigata que ofrecía la Dirección Criminal de Prisiones por casi toda historia universal. ¡¡¡¡Por la ignorancia hacia la redención!!!! Parece inauditamente gracioso, pero la criminalidad oficial aplicaba estos cuentos. La Administración trataba de rehabilitar a los «delincuentes comunes» con un estrecho límite cultural cercándolos con la espiritualidad cristiana, sabia pedagogia del fanatismo sin fronteras por su petardeo religioso. Pero la realidad de un estado de dictadura soterrada dominado por criminales que llenaban sus bolsillos de monedas y sus mochilas de muertos no era precisamente un ejemplo para la reintegración social y menos juzgar y condenar a uno de sus productos, desde la generación delictiva contaminante cuando la masa homicida o criminal era el poder de verticalidad destructor. Por ello ningún preso de la dictadura podía ser culpable, sea por absolutismo abierto o trajeado. Los presos de la tiranía autores de sucesos, o no, estaban en prisión por la fórmula juridica llamada «delito provocado». No hubo quiebra significativa del paso de la dictadura franquista a la borbónica, excepto en 1977 por el escalón electoral y posteriormente en 1978 por otro peldaño constitucional que disfrazaba externamente la ansiedad de justicia en las víctimas, desconsoladas por falta de contenidos, escondiendo a las más perjudicadas en las brutales cárceles borbónicas. Era la degeneración producto del alineamiento de ambas dictaduras. Mafias encendidas. Delitos oficiales no sofocados. La historia de los derechos humanos violentados, con la corrupción transaccional venteando su pestilencia a la sociedad disfrazada con el artificio democracia, invisibilizando dramas y destrucciones por los malabares publicitarios de Adolfo Suárez y sus cómplices de la carnicería parlamentaria. La historia tiene que presentarse con toda la fortaleza de su realidad ante una democracia débil a la que diariamente la embadurnan con caca fresca.
Volviendo al Psiquiátrico, aquellos antiguos pero renovados delincuentes en el estado borbónico no sabían que la Copel se fortaleció con conocimientos preventivos para enfrentarse con armas científicas a los licenciados a sueldo que creaban la ficción para arrinconar a sus víctimas con opresión. Con esa experiencia el paciente puso sus conocimientos sobre el escenario mental, solo a modo orientativo porque la praxis sobre la realidad era la mejor fuente del conocimiento y sobre el terreno dar soluciones creativas. Era necesario investigar quién pasaba por un examen, qué ocurría en el medio ambiente personal y colectivo de la enajenación mental, como en la enajenación de dominio. La Copel daba cortos o largos pasos firmes sobre la salud psíquica, que pudiéramos ir viendo.
En ese instante psiquiatrizado al paciente se le fijó en el recuerdo retroalimentado un discurso del cura violador, Publio Arias Regodón, escupido con sarna en agosto de 1938, conservado y transmitido íntegramente por el Gobierno Republicano en zona destruida. Publio Arias en el muestrador. Bancos delanteros con beatas y asesinos. Bancada restante con republicanos forzados de todas las ideologías:
«Vosotros rojos desvergonzados y deseosos, paridos por sucias hembras, hijos del averno, que habéis ofendido a Dios, a la Virgen María y a todos los santos, malditos seáis en toda vuestra vida, que ni la penitencia permanente va a exculparos de recibir los castigos del fuego eterno. Vosotras bestias innobles y bastardos inmorales provocasteis la desintegración de la fe con ideas y actitudes indignas, destructivas y ateas, atacando el linaje, la posición social y la hombría de la España integral de Dios. Vuestra degeneracion no merece el perdón de quienes con el riesgo de su vida están salvando a España de la putrefacción en la que estáis sumidos. Vuestro cuerpo infectado por la escoria marxista tiene que agachar la cabeza y pedir perdon a cualquier soldado o persona de honor y orden que se os cruce por la calle. Esta penitencia será obligatoria hasta que logréis una profunda sumisión por redención y pueda llegar la paz al impío desorden de vuestras negras almas. Hágase la justicia de Dios contra estos hombres y mujeres degenerados. Amen».
Agustín Moreno Carmona
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