Nos dicen constantemente que la cárcel reinserta. Sí, probablemente es así desde la perspectiva de quienes nos gobiernan, desde el Estado y las empresas capitalistas, ya que obliga a las presas a aceptar sueldos de miseria y trata de aprovecharse de la sumisión obligada que padecen las mujeres presas dentro del sistema carcelario.
La precariedad laboral, como todo en prisión, es un crudo reflejo de lo que sucede fuera, y las personas internas deben aceptar unas condiciones indignas no sólo por conseguir dinero para subsistir, sino por la necesidad mental de distraerse, de huir del tedio carcelario, de la imposibilidad de controlar su vida, por conseguir un vis a vis más al trimestre o por mejorar su expediente y poder conseguir antes la libertad. Dando a entender que trabajar es sinónimo de llevar un “buen camino” para su “reinserción” en la sociedad.
En la macrocárcel de Zuera una mujer trabajadora de uno de los talleres productivos, cuyo horario de trabajo es de lunes a viernes de 9:00 a 13:30 y de 15:00 a 19:30 (9 horas diarias), percibe la cantidad mensual de 121,53 euros (0.75€ la hora). Los sueldos están muy por debajo del mínimo y no se cotizan ni la mitad de horas trabajadas en prisión. Dentro de este irrisorio salario vienen ya prorrateadas las vacaciones, los descansos y las pagas extras. Eso sin mencionar los trabajos no remunerados (como limpieza o arreglos en el módulo), especialmente en los módulos de respeto, obligatorios en el caso de las mujeres presas en Zuera.
Dentro de Zuera existen dos talleres productivos, que se dividen en las siguientes actividades productivas: confección, lámparas, cableado y soldadura. Las mujeres sólo tienen acceso a las de confección y lámparas, mientras que los hombres pueden acceder a todas. Pese a que en ningún papel constan las empresas que están detrás de este negocio en los talleres productivos, se sabe a través de las trabajadoras que, entre otras, están El Corte Inglés y Zara Home. Además, quienes supervisan estos talleres son personas externas a la prisión, pertenecientes a las empresas para las que se trabaja. Por supuesto, son siempre hombres.
Por estos motivos se ha lanzado una campaña en contra de la explotación de las mujeres en la cárcel a través de la colaboración de estas empresas con instituciones penitenciarias, que se lucran de las condiciones de vulnerabilidad que conlleva el encierro y de la opacidad que rodea el sistema carcelario.
No colabores con la explotación de las mujeres presas.
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