El Suicidio Como Salida A La Tortura Carcelaria

En menos de dos meses, al mismo penal, al mismo director y a la misma guardia se les murieron suicidados dos presos por malos tratos físicos y sicológicos.

Cinco días después de que lo retiraran de la celda en una tabla, y con una manta que lo cubría y se pegoteaba a su carne viva porque piel no le quedaba, Juan Carlos Moreno murió en el Hospital de Trelew, donde había sido trasladado por la gravedad de sus quemaduras. Estaba detenido en la Unidad 6 del Servicio Penitenciario Federal, en Rawson, a 1393 kilómetros de Lomas de Zamora, sede del juzgado que se supone que llevaba su caso. Para la fecha en que Moreno decidió quemar el colchón como protesta contra las torturas reiteradas, ya habría debido estar en libertad.

El SPF describió el caso, tardíamente, como un intento de suicidio. En la descripción, el director del penal obvió que la mañana en que Moreno decidió quemar el colchón, los guardias le negaron –al igual que otras veces y a pesar de haberlo prometido− el uso del teléfono para llamar a la asistenta social que le informaría sobre el estado de su madre que estaba muriendo de cáncer. No sólo el SPF podría haber evitado la muerte retirándolo de la celda media hora antes, cuando los compañeros del pabellón comenzaron a patear y gritar que se quemaba, o evitando el maltrato que lo llevó al suicidio, sino que hacía un año que estaba en condiciones de recibir de parte de la Justicia su libertad condicional, que lo hubiera dejado lejos del maltrato porque sí. En menos de dos meses, al mismo penal, al mismo director y a la misma guardia se les murieron suicidados dos presos en situaciones semejantes y por las mismas razones: malos tratos físicos y sicológicos.

Las muertes, aunque en realidad habría que llamarlas asesinatos, de Moreno y de Cristian Pereyra, de 25 años –ocurrida el 22 de diciembre en el mismo penal–, tienen muchas semejanzas y no son lejanas en el sistema carcelario argentino a buena parte de los caracterizados exteriormente como suicidios. Un detalle descrito por uno de los testimonios en el caso de Moreno, sintetiza en una pincelada ese lugar común: mientras Moreno ardía, del otro lado de la reja uno de los guardias le gritaba “¡morite!”. Para un juez, que normalmente decide mirar para otro lado, el guardia no hizo nada. De eso se trata.

El viernes 14 de febrero, entre las 7 y 8 de la mañana, la guardia realizó el habitual conteo. El grupo a cargo de la requisa venía, según se desprende de los testimonios en la investigación, “con mucha fiereza y verdugueos”. A esa hora, Moreno tenía la promesa desde la noche anterior para comunicarse telefónicamente con la asistenta social que lo pondría al tanto sobre el estado de su madre.

El día anterior, de visitas, los presos del pabellón 15 donde se encontraba Moreno quemaron unos colchones en la puerta del pabellón para protestar por la injusta decisión de la guardia de negar –una vez más, y de nuevo sin ningún motivo– el día de visitas. La espectacularidad del reclamo, que a la prensa se vende como motín, la guardia la aplasta con violencia: entró a los tiros en el pabellón, casi le saca el ojo a uno con una bala de goma, castigó crudamente a los tres reclamantes y castigó a los restantes, de a uno, con gas pimienta en los ojos, en la boca, a golpes en los tobillos, en las plantas de los pies, en las costillas, en el rostro, en los oídos, en la espalda. Incluso el médico participó en las torturas, porque lo hacían trabajar en “semejante horario”.

Tortura física y sicológica

A Moreno, a quien sus compañeros lo describieron como “tranquilo, sin problemas con la guardia”, le prometieron la noche de la represión que a la mañana siguiente, después del conteo, le darían teléfono para llamar por su madre. El conteo llegó. El teléfono, no. Moreno, encerrado en su celda y con muchos dolores por los golpes y el gas recibidos, gritaba que se prendería fuego. A las 8, los presos comenzaron a gritar y patear porque “se olía humo” y “las paredes de las celdas de al lado estaban calientes”. La guardia, como siempre en estos casos, tardó mucho en llegar. El miércoles 19, Moreno murió. Cinco horas después el fiscal recibía el informe del “intento de suicidio” pero jamás recibió un informe sobre los tiros de la noche anterior.

Una idea de la perversión del castigo al que son sometidos en Rawson se puede tener al leer en los testimonios que la guardia “echa gas pimienta en el teléfono”. La creatividad para la tortura no tiene límites en el sistema carcelario argentino.

La Haine

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